Como papel de cuete

Por Carlos Resio.

Un dicho de mi papá, de los que me quedaron desde la infancia, era “ordinario como papel de cuete”. Señalaba algún comportamiento grosero, sobre todo mío o de mis hermanos, que éramos un poco salvajes, y hacía alusión al papel que se utilizar para armar los cohetes de pirotecnia casi siempre hechos con material de descarte reciclado para tal fin. Un papel que había pertenecido quizá a algún diario, volante callejero o envoltorio y que a nadie le importaba lo que tenía impreso y por su baja calidad de fabricación tenía muy poco valor, no servía para otra cosa que para ser quemado.

Carlos Resio en La 99.3 el 20 de septiembre de 2023

Con esta regresión pienso en el papel en el que se imprimen algunas leyes en Argentina, incluida la Constitución Nacional. Papel en el que se plasman los derechos y obligaciones que intentan alejarnos de nuestro origen cavernario. La abolición de la pena de muerte; la regulación de la posesión de armas; la escolarización obligatoria, gratuita y laica; la salud pública; el voto universal, obligatorio y secreto; el derecho a peticionar; el derecho a una vivienda digna; la obligación de contribuir al sostenimiento de los mencionados derechos y tantos otros que parecieran ir desdibujándose como en papel mojado.

Cuando se relajan los controles, cuando se amañan los argumentos en el cumplimiento a las leyes y se acepta como cierta la cínica afirmación de que hay dos bibliotecas para interpretarlas (pocas veces a favor de los pobres), cuando se reducen los espacios de participación ciudadana, un solo sector de la sociedad es el que pierde y ese es el sector de las clases populares porque las leyes están para defender a los más débiles de los fuertes. Por eso es que se equivoca el pueblo cuando cae en la trampa de los poderosos que vociferan contra las leyes diciendo que el estado debería sacar el pié de encima del ciudadano porque, justamente, la leyes son herramienta de protección contra los abusos de los poderosos. Siempre y cuando estas leyes surjan de las reglas de la constitución y la representación popular, y en esto hay mucho por hacer: demasiado.

Debiera el pueblo, entonces, tomar las leyes para sí y entender que no hay posibilidad de convivencia democrática sin leyes populares y saber que las que lo benefician son justamente aquellas que debiera defender con uñas y dientes. Por ejemplo, no debería suceder que un trabajador defienda el discurso de la patronal en el sentido de flexibilizar la legislación laboral como muchas veces se escucha y que lleva a trabajadores a votar a quienes adhieren a esa mirada contraria a sus intereses. Pero para que el trabajador, en este caso, confíe en la legislación vigente, que tanta lucha y sangre ha costado, es indispensable que se sienta respaldado por quienes deben aplicarla y hacerla cumplir y experimentar la protección que le promete. Es difícil que un trabajador precarizado se interese por una ley que no lo comprende ni lo alcanza dejándolo a merced de las reglas del mercado. No puede perder un derecho al que no accede que nunca tuvo y entonces es fácil presa del concepto meritocrático. Tampoco debería suceder que las familias de trabajadores hagamos esfuerzos para enviar a nuestros hijos a escuelas privadas, casi siempre confesionales, solo por el mito de que su calidad de enseñanza es superior. Claro que es difícil defender la contraria si no se cumple con los días de clases, las condiciones de los establecimientos educativos son deficientes, los docentes tienen 3 trabajos o la disponibilidad de bancos en la cercanía del domicilio es escasa.

El desdén y la resistencia al cumplimiento de las leyes que nos obligan muchas veces son incitados por aquellos que esperan también el apoyo de las clases populares para incumplir las que las benefician. ¿Acaso no están obligadas las empresas a compartir sus ganancias con sus trabajadores según el art.14 bis de la constitución nacional por ejemplo? La constitución indica que el ciudadano tiene derecho a una vivienda digna, a un ambiente sano, a la alimentación suficiente, a la educación y salud gratuitas pero si no hay quien haga válidos esos derechos y lo materialice, solo es letra muerta como la del “papel de cuete”.

Si bien la constitución le da un estatus especial, casi mayor al de la vida misma, a la propiedad privada, en ningún lado está establecido su carácter absoluto y eso debería ser comprendido por el pueblo para que, sin complejos, lo reclame. Pero de nuevo la insidia de los grandes propietarios convencen a vastos sectores sociales al señalar a quienes no tienen donde vivir y solo en casos desesperados atinan a ocupar la propiedad ociosa casi siempre especuladora estigmatizándolos y promoviendo el escándalo para ocultar que la causa de tal iniquidad es su propia avaricia y desenfreno por poseer.

Ninguna de estas cuestiones se develaran ante la mirada popular si la educación no da los elementos para la crítica ni la información pública devela la injusticia y solo se obtiene una formación superficial o interesada y los medios solo cumplen el rol de vender productos que nadie necesita para vivir escondiendo esta intención detrás de un bucle infinito de entretenimiento chabacano e información falaz y criminal. Es un círculo vicioso que puede romperse solo con una voluntad política decidida pero con indispensable apoyo popular que la sostenga y eso es algo que debe ser construido y cuidado. Porque en nuestra historia reciente hubo momentos de logros importantes en ese sentido pero no fueron suficientemente amurallados para que un gobierno antipopular los neutralice de un soplido ante una insuficiente resistencia.

Pero como señala Alvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.Aunque, y esto lo agrego yo, debemos asegurarnos que luego de caer, al levantarnos lo hagamos parados en lo aprendido y para eso deberíamos asegurar los mecanismos que aseguren la trascendencia del testimonio de las luchas, que la historia de los sacrificios pasados sean alimento de las nuevas generaciones. Y para esto habrá que cuidar el relato de esa historia y ser conscientes de ello para luego entender que es una tarea que no debe abandonarse ni dejarse en manos de las redes sociales ni de dirigentes que se crean dueños del relato sino que debe ser la voz popular la que la propague. Todo esto no es posible sin un pueblo con la consciencia de un destino común.

Argentina, como muchos otros pueblos tiene una vasta historia de luchas populares y sacrificios y también de logros que los honran. Son los logros que están plasmados en una legislación, muchas veces de avanzada cuyos efectos no terminan de llegar al pueblo por la acción de los poderosos de siempre pero también por sus propios errores. En estos momentos en que se corre el riesgo cierto de que se entronice la peor de las derechas, la que tiene como únicos objetivos el de terminar con las posibilidades de un nuevo ciclo virtuoso de equidad y el de acabar para siempre, estas sus palabras, acabar para siempre con quienes soñamos con otra oportunidad y los logros de quienes lo soñaron antes, más que nunca tenemos que poner al frente la idea de destino común de los pueblos y asegurar las condiciones para que los discursos de odio y exclusión ofendan el alma de las mayorías y la indignación ante tales ofensas se vuelvan un escudo. Y es con la apropiación de la justicia, la política y los espacios de participación por parte del pueblo organizado que esta apuesta tendrá alguna posibilidad de convertirse en este nuevo ciclo virtuoso. De otra manera la lucha de algunos pocos será vana y con la llegada del fascismo los sueños perdidos solo servirán como “papel de cuete”.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

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