Imbéciles

Por Carlos Resio.

Hay un viejo debate acerca de la etimología, y por lo tanto el significado, de la palabra imbécil. El término está compuesto por un prefijo (im) y la derivación de becillis (bastoncito) y los expertos no se ponen de acuerdo en que si el prefijo mencionado indica “en”, “apoyado “o “sin”, “en ausencia”. Para el primero de los casos la acepción latina imbecillis nombraba a aquellos que necesitaban apoyarse en un bastón o alguna ayuda externa para andar. Para la segunda acepción se señala la falta de báculo o atributo de autoridad, sabiduría o sensatez que caracteriza a los adolescentes.

Carlos Resio en La 99.3 el 5 de abril de 2024

No es que  viajado en el tiempo y me haya encontrado con Javier en la butaca contigua en el circo máximo o en la fila de pochoclo del coliseo Roma y allí me hayan contado los detalles de este asertosino que en los primeros párrafos de una declaración de una agrupación política, a propósito del 24 de marzo último y difundida por las redes, se utiliza esta palabra dos veces y se la matiza con las palabras misérrimos, estúpidos, idiotas, infames, traidores y cipayos. Todas para calificar a quienes aún apoyan al gobierno libertario sin distinguir entre quienes forman parte del gobierno y quienes fueron sus votantes y aún esperan algo del orate (¡no temáis oyentes!, no incluiré la etimología de orate en este texto). Y me llamó la atención la violencia que le imprimen a la declaración porque no es el estilo que se venía usando y el término es usado en forma de violento insulto y no como adjetivo de alguien que necesita ser contenido, educado o asistido como lo indican las dos versiones etimológicas.

Esto último me inquietó porque vengo reflexionando acerca de la deriva en el ánimo de quienes, luego del resultado electoral del 19 de noviembre último, pasamos de la perplejidad a la depresión más absoluta y luego enojo, bronca, culpa y de nuevo a la perplejidad, esta vez, como en mi caso, base de reflexión para intentar acercarme a la comprensión de los hechos que ayude a imaginar una salida. Y es en la búsqueda de explicaciones que encuentro a muchas compañeras y compañeros que aún no han salido de enojo con quienes votaron al autoproclamado “elegido de Dios” y su segunda, negacionista, concentrando sus diatribas e insultos en ese colectivo tan heterogéneo que hace difícil no solo encontrar razones sino también trazarle un perfil. Ya tendrán calificativos más específicos quienes medran con la infelicidad del pueblo.

Y quizá sea esta actitud la que no nos permita, aunque ahora si se empieza a escuchar tímidamente, preguntarnos ¿cómo es que llegamos hasta aquí? Ya aparecerán lo oportunistas de siempre con el dedo en alto y señalando, por miedo a ser señalados, ¡yo vengo advirtiéndolo hace tiempo! Pero la verdad es que no fueron muchos los que sostuvieron con convicción y verdadera preocupación que el camino que estaba tomando el oficialismo desembocaba inexorablemente en el triunfo de este personaje extraído de las más disparatadas pesadillas y su banda de clásicos ladrones, autoritarios e improvisados que están llevando a la Argentina hacia una colisión de la que será muy difícil y penoso recuperarla. Y después de esta visión irreversible de las cosas pienso que momentos como estos y se vivieron en nuestro país y también en otros. Pienso en la década infame, en la revolución fusiladora, en la dictadura asesina, en el menemismo y en la sensación de desamparo y angustia que habrán sentido tantos argentinos y argentinas pero también en todos esos casos hubo suficientes “argentinos de bien” que convalidaron, al menos inicialmente, esos procesos. Y que el advenimiento de nuevas experiencias esperanzadoras y de reivindicación popular deben ser entendidos como la culminación de previas experiencias de lucha, de sacrificios y de construcción, muchas veces tumultuosa, y cuyos protagonistas no siempre pudieron ver la luz de una nueva oportunidad para la patria. Y también pienso que estas concreciones fueron recibidas entusiastamente, el menos al principio, por muchos de quienes antes habían sido sus enemigos y que luego por distintas causas también lo serían.

Entonces cuando me refiero a quienes votaron a los que hoy son sus verdugos, pienso en cuántos de los 11.000 despedidos de este último fin de semana se habrán desengañado, también imagino que serán protagonistas de la recuperación de un gobierno que retome, nuevamente, el rumbo perdido. No imbéciles, idiotas, cipayos y misérrimos sino compatriotas que, por razones en las que tenemos la obligación de ahondar, creyeron ver una salida para conseguir sus anhelos, que si son infinitos y de incontables razones y a los cuales habrá que sumar para un nuevo tiempo de reconstrucción.

Porque si llamamos imbéciles a quienes dieron la espalda a una propuesta en la que ni nosotros creíamos deberemos preguntarnos cuál es el calificativo que cabe, según el grado de responsabilidad, a quienes condujeron a nuestro espacio llevándolo de 12 años de una experiencia comprable con las mejores que ha vivido nuestro pueblo en su historia y a quienes, a pesar de las señales que se nos ofrecían, acompañamos ese camino errado por demasiado tiempo aceptando la claudicación y el abandono de la convicción y la audacia que nos enamoró antes y que comprobaron su eficacia en el camino de la realización popular.

Resultado de esto es que los profetas de la verdad pululan. Los arribistas, los oportunistas se muestran en la tele y les resulta fácil señalar a Cristina y a Alberto Fernández y muchos de los que alguna vez pusieron el hombro y sacrificaron parte de su vida y su prestigio hoy apenas son nombrados en la carrera por la incipiente reconstrucción de una nueva fuerza democrática que recupere el espacio perdido.

Creo que la discusión acerca del proceso que recorrió el camino hasta este ominoso punto es prioritaria. Mal podremos elegir el camino a seguir si no sabemos dónde vamos ni aprendemos de la historia. Se dice con insistencia que es con todos y puedo adherir a esa propuesta. Remontar el 56% logrado por el loco no es posible esperando que se sumen nuevas generaciones para lograr el número sino que deberá hacerse con una nueva idea que llame a los desencantados a sumarse pero para eso hace falta un programa claro adoptado de forma comprometida y convencida por lo dirigentes en un proceso conducido por quienes entiendan que la respuesta está en los miles de militantes que sin ambiciones de cargos o empleo pusieron el cuerpo, su tiempo y sus recursos para sostener promesas que al final se incumplieron. Y que si no es con las bases entonces no será y quienes pretenden erigirse como ungidos por la providencia se van a quedar solos y se harán merecedores del insulto esta vez en la comprensión de su responsabilidad.

Mucho tiempo y oportunidades se han perdido y en vista de los acontecimientos parece ser ese el destino de la humanidad. Teniendo conciencia de estos yerros ya no es perdonable volver a cometerlos sin el esfuerzo de intentar no hacerlo. Si decimos que la educación pública es un medio para la liberación, ¿por qué no formamos docentes liberadores y valorados en lugar de libertarios condenados a la pobreza y acusar a los buenos de adoctrinadores?; si el sistema judicial debe estar al servicio de la democracia, ¿qué designio nos lleva a llenarlo de enemigos del pueblo para que lo entreguen?, si la soberanía nacional es la llama votiva que nos dejaron nuestros padres para que nunca se apague, ¿cómo es que se la entregamos a quien la desprecia y la regala al enemigo?

Y en la situación actual, ¿en serio que no hay motivos para movilizar 3 millones de personas pidiendo por el juicio político al ejecutivo y a los miembros de la Suprema corte de justicia? ¿Qué más hace falta? ¿Qué el Centro Cultural Kirchner se llame Melania Trump?

 Sostener estas y muchas otras preguntas en cada ámbito en el que nos desempeñemos nos dará las respuestas y la fuerza necesaria para construir la Patria Grande que decimos anhelar. Y para eso no hace falta buscar la guía de ningún oráculo, Latinoamérica tiene suficientes faros donde buscar las respuestas que deberán estar en el corazón de las mayorías y en el discurso y la convicción de quienes pretendan conducirlas.

Porque si no se produce por nuestra falta de voluntad, compromiso y convicción, cada vez que señalemos a un compatriota sin conocer las razones que lo impulsaron a decidir su voto, le vamos a estar diciendo imbécil a nuestra propia imagen en un espejo en el que no queremos mirarnos y ya no quedará nadie que nos tienda una mano para sacarnos de tal condición. Entonces, sí habrán ganado.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada viernes, a las 9,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

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