Monsieur Chauvin

(Por Carlos Resio) Nicolás Chauvin fué un soldado imaginario condecorado en las guerras napoleónicas que expresaba un patriotismo exagerado o patrioterismo mediante el que exaltaba desmesuradamente las virtudes de su patria considerándola mejor que cualquier otra en cualquier aspecto. En una comedia teatral de 1831 titulada La escarapela tricolor, Chauvin representaba un grotesco personaje que caricaturizaba las expresiones de amor a la república después de caído Napoleón Bonaparte. De este personaje es que nace la palabra chovinismo, cuyo significado es bien descripto por Hannah Arendt en un artículo de 1945 para la revista The Review of Politics en el que dice: “El chovinismo es un producto casi natural del concepto de Nación en la medida en que proviene directamente de la vieja idea de la «misión nacional» […] La misión nacional podría ser interpretada con precisión como la traída de luz a otros pueblos menos afortunados que, por cualquier razón, milagrosamente han sido abandonados por la historia sin una misión nacional”

Carlos Resio en La 99.3 el 19 de mayo de 2021

Juan Bautista Alberdi, también pensó acerca de esto. Luego de sancionada la constitución nacional, y en una crítica a nuestro himno nacional por ser demasiado agresivo contra el extranjero y de exaltación exagerada de nuestras virtudes, pedía una canción de hermandad internacional y hasta un patriotismo internacional en el que todos los pueblos se unan. Claro que lo que se venía era una matanza de indios y gauchos para reemplazarlos por quienes eran, según sus palabras, portadores de la verdadera cultura. Así lo expresaba el bueno de Juan Bautista, «Es utopía, es sueño, es paralogismo puro el pensar que nuestra raza hispano-americana, tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial pueda realizar hoy la república representativa…No son las leyes lo que precisamos cambiar: Son los hombres, las cosas. Necesitamos cambiar gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella». No solo pensaba que los nativos no servían para la conformación de una república sino que, además, pensaba que los inmigrantes debían ser anglosajones, enamoramiento que adquirió después de vivir una temporada en Londres. Claro que en su recorrido no visitó los miserables barrios obreros cuyas condiciones de vida eran espantosas y donde el rancho de un gaucho hubiera sido visto como un palacio. Las cosas no salieron bien para Alberdi. El país se llenó de gallegos y tanos además de gentes de otras nacionalidades bien distintas a las de Shakespeare. No importó, los que le siguieron a Alberdi dejaron de lado a los inmigrantes y nos vendieron a los ingleses a la primera de cambio. Con esta “melange” podemos ya prefigurar lo difícil que resulta hablar de una argentinidad a pesar del dulce de leche, el tango y la mejor carne del mundo, la más añorada por nosotros en estos tiempos diría yo.

A pesar de idas y vueltas, el chovinismo siempre tuvo y tiene alguna presencia en el imaginario de nuestras sociedades. Lo digo así porque una de las características de nuestro país es la diversidad cultural y de identidades. Y si bien, hemos tenido episodios de patrioterismo nacional después de terminada la guerra de la independencia como por ejemplo durante la guerra por la recuperación de las islas Malvinas, el chovinismo regional al interior del país ha sido mas frecuente. El origen de la patria ha forjado algunas identidades fuertes exacerbadas por caudillos y políticos,llegando al odio y el enfrentamiento en la guerra entre federales y unitarios, dejando latentes hasta hoy algunas inquinas sin resolver.

Después de la noche de muerte y terror en que el nuevo orden mundial en complicidad con asesinos y cretinos vinculados al poder económico local sumió a toda américa del sur, la voluntad nacional pareció estar direccionada hacia la recuperación de algo que se pareciera lo más posible a una democracia hasta que, una vez pasada la euforia inicial y concientizados del estado en que había quedado el país, comenzaron nuevamente alguna expresiones pretenciosas de singular indemnidad. Tal fue el caso de la Córdoba de Eduardo César Angeloz, que en su afán de separarse de la debacle en que le tocaba lidiar a su correligionario en la presidencia, ensayó la figura de Isla con que quiso distinguir a su provincia. El cordobesismo llegaba para presentar a la provincia como un diamante en el barro pero luego de un tiempo de adornos vacíos, proyectos rimbombantes y esfuerzos vanos, el diamante también terminó siendo barro nomás y todo se fue al demonio entre bonos provinciales, incendio del comité central de la UCR y el gobernador volando por la ventana.

Luego de aquella traumática experiencia, se han vuelto a ver pretensiones similares como por ejemplo las expresadas en el “puntanismo” de San Luis de los Rodríguez Saá, nuevamente el cordobesismo de De La Sota y Schiaretti, frases como la de Juan José Sebrelli, intelectual de la rancia derecha antiperonista que dijo que se considera porteño mas no argentino o para venir más cerca, nuestro misionerismo vernáculo es el que nos toca.

Desde hace ya unos cuantos años y a instancias del conductor del Frente Renovador de la Concordia, se viene impulsando la idea del “misionerismo” basado en un relato cargado de mitos, exageraciones y suposiciones de dudosa comprobación con la intención de construir y englobar una identidad que nos distinga. Con los supuestos de el espíritu de Andrés Guacurarí que habita en su monumento metálico,la proverbial laboriosidad del inmigrante centroeuropeo, la sangre guaraní que circula por nuestra venas, el sufrimiento de los mensúes que nos hace tan tenaces, la tierra colorada que llevamos a todos lados, los ríos y la riqueza que nos regala la naturaleza se intenta construir esa identidad, aunque para que se parezca a algo identificable primero hay que darlos por cierto, unirlos con una prensa, quitar las aristas con lija gruesa y luego mirarla de lejos. Los funcionarios ensayan definiciones, buenas intenciones y a veces argumentos ridículos y vacíos pero lo que no expresan, so pena de ser expulsados del paraíso algunos y, quizá ilusionados otros, la intención es forzar e imponer una identidad en una provincia de enorme complejidad por su ubicación geográfica, su proceso de despoblamiento, poblamiento y su juventud institucional entre otros.

Nuestra provincia, desde la llegada de la renovación al gobierno, se ha ido convirtiendo en una mera unidad de negocios para unos pocos que se reparten la menguada torta mientras las mayorías apenas si pueden acceder a las migas. Los productores rurales en muchos casos solo subsisten y son otros los que deciden el precio de su trabajo, entre los tareferos se reproduce la desigualdad generación tras generación, las comunidades originarias son empujadas a la miseria, los bienes naturales son vistos solo por su brillo metálico transable, la educación muestra la innovación y el disruptivismo misioneristas pero tiene escuelas con retretes y docentes mal pagos; y también ostentamos ser del selecto grupo de provincias con mayor embarazo infantil del país además de poseer un sistema judicial impresentable. Todo esto, entre otras cosas, también es misionerismo y quizá sea allí donde debamos llevar la discusión porque la definición no debe ser una marca de fatal caracterización.

No estoy afirmando que la búsqueda de valores coincidentes, de rasgos positivos para destacar y la construcción de espacios comunes donde trabajar armónicamente por el desarrollo de nuestras sociedades no sea algo deseable y por lo que no valga la pena trabajar; al contrario. Lo que señalo es mi desconfianza ante una pretensión vacía de contenidos donde la participación diversa es obstaculizada con la consolidación de una hegemonía que enferma la democracia y donde la pretendida identidad misionera se encierra en un concepto utilitarista con intenciones particulares y porque se construye con marketing, miradas recortadas, espejitos de colores y frases que pondrían a Alberdi loco de contento. Pienso en “Misiones maker”.

Mi incompleto recorrido sobre el tema no tiene la intención de desanimar la discusión sino de sacarla a la luz y de que no pase inadvertida. Porque, para ser sinceros, no creo que solo haya malintencionados en el espacio gobernante y aunque su conductor pretenda de esto una herramienta más para sostenerse en el poder, seguramente como entre quienes no formamos parte del conjunto hegemónico habrá quienes tengan un horizonte elevado por encima de la mera intención de poder y riqueza personal. Rescato una definición del artista Fernando Rosa, recientemente incorporado al elenco gobernante, vertida en un artículo publicado en el diario digital misionesonline el 10 de enero último en el que dice “el misionerismo es nuestro lugar donde hacer algo por el otro”. Es una nueva definición y en el texto citado se sale de la lógica ilusionada con la que desarrolla su discurso y por eso creo que no proviene del libreto oficial y es buen punto de partida. Busquemos cada uno de nosotros un buen lugar donde hacer algo por el otro, no hace falta ponerle una etiqueta ni pensar en que no hay otras identidades en otros lugares que ya lo estén haciendo sino comprendiendo que el pensamiento único de un conductor a perpetuidad más que construir identidades virtuosas necesita construir un espejo donde reflejar su propia vanidad.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

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