La feminización de la pobreza

Seguramente durante esta semana han escuchado mucho sobre la problemática que enfrentan las mujeres y sus luchas, pero aún a riesgo de sonar repetitiva quiero usar el espacio de hoy para comentar acerca de los efectos de la pandemia sobre las mujeres y hacer foco en lo que se conoce como la feminización de la pobreza.

Voy a usar como insumo principal para estas notas un informe elaborado en la Universidad Nacional de Avellaneda y el Observatorio de Géneros del CEPA

Mirta Botzman en La 99.3 el 11 de marzo de 2021
Mirta Botzman

Durante el año que vivimos en pandemia, algunas cuestiones que en la antigua normalidad pasaban casi inadvertidas y eran totalmente invisibilizadas, pasaron a ocupar el centro de la escena y es la discusión sobre los cuidados, ya que los mismos tomaron, aún más, un rol protagónico en la vida cotidiana de las personas y, sobre todo, de las mujeres.

Frente a la imposibilidad de acceder a los servicios de cuidados habituales, el ejercicio del teletrabajo y la virtualidad de la escolaridad impuestos por la situación de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), quedó en evidencia de manera tangible la relevancia de los cuidados en la vida diaria. También, se visibilizó la inequidad de género que existe históricamente en la distribución de dichas tareas.

Efectivamente, la pandemia puso de relieve la importancia del trabajo de las mujeres en la sociedad, no solo por realizar la mayor parte del trabajo del cuidado en el hogar, sino también por estar en la primera línea de batalla para combatir el virus. Según los datos de la Encuesta Permanente a Hogares (EPH) que elabora el INDEC en base a datos recolectados en los 31 aglomerados urbanos de Argentina, en el tercer trimestre de 2020, 7 de cada 10 personas asalariadas empleadas en las actividades esenciales para combatir el virus fueron mujeres. Se destacan las ocupaciones de salud y la sanidad donde ellas representaron el 72,6% y las ocupaciones de investigación donde participaron en un 60,4%.

A la carga adicional de trabajo remunerado en las actividades esenciales, se sumó la extensión  del trabajo doméstico y de cuidados no pago – según la encuesta elaborada por INDEC (2013)  sobre el trabajo no remunerado y el uso del tiempo, el 76% de estas actividades es realizado  por mujeres – frente a la imposibilidad de contar con espacios del cuidado fuera de los hogares,  la multiplicación de las tareas de limpieza para no contagiarse del virus, y al hecho de que parte  de la población que acudía a trabajadoras de casas particulares para resolver las tareas del hogar  tuvo que asumir estos trabajos de manera no remunerada, provocando que las jornadas  laborales para las mujeres no tuviera límites.

Como mencionamos varias veces,la rápida extensión de la pandemia de COVID-19, durante el 2020, provocó un escenario de creciente profundización de la crisis económica que incidió de forma directa sobre la dinámica habitual del mercado laboral. De acuerdo a la misma EPH, en el segundo trimestre de 2020, la tasa de desocupación alcanzó el 13,1% que significó un aumento de 2,7 p.p. frente al primer trimestre. Vale resaltar que comparando los segundos trimestres entre 2015 y 2019 la tasa de desocupación se incrementó de 6,5% a 13,1%. La tasa de desocupación de las mujeres, es algo mayor, llegando al 13,5%.Las consecuencias del impacto de la pandemia sobre la dinámica del mercado laboral cristalizan la profundización de una desigualdad de género preexistente, e inclusive, muestra una marcada heterogeneidad dentro del grupo de mujeres. Efectivamente, el grupo etario de las mujeres jóvenes de 14 a 29 años, fue el que experimentó mayores tasas de desocupación. Durante el segundo trimestre, la tasa de desocupación de este grupo fue de 5,8 p.p más alta que la de los varones, alcanzando la brecha más importante de los últimos 5 años. Asimismo, es posible observar que, solo entre el primer trimestre y el segundo trimestre del 2020 la tasa de desocupación pasa del 23,4% al 28,5%.

En términos de informalidad, las mujeres también son las más afectadas. Ya la situación en el mercado laboral era muy difícil en la pre pandemia,especialmente desde mediados de 2018. En este contexto, el segundo trimestre del 2020 se destacó por la pronunciada caída del trabajo no registrado, un patrón que presenta asociación directa con los efectos de la pandemia, por la caída en las tasas de actividad formal e informal. De este modo, el trabajo no registrado experimentado en la comparación interanual entre trimestres pasó de 34,5% en el segundo trimestre del 2019 a 23,8% en el segundo trimestre del 2020. En el caso particular de las mujeres, pasaron de 36,7% a 25,7%.

Actualmente, una de cada dos trabajadoras con empleo no registrado se inserta en el trabajo doméstico. Se trata de una actividad feminizada casi completamente, donde el 98% son mujeres. En este rubro, la diferencia entre formalidad e informalidad es determinante: entre las empleadas domésticas formalizadas, el 26% son pobres, mientras que entre las empleadas domésticas no registradas el porcentaje asciende al 48%.

En el marco de emergencia sanitaria y ante la imposibilidad de generar ingresos en una parte muy importante de la población producto de las medidas de aislamiento obligatorias, el Gobierno Nacional, dispuso entre otras medidas la creación del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el cual, como sabemos, consistió en una prestación monetaria no contributiva de $10.000 de carácter excepcional y que fue la medida con mayor alcance poblacional.De acuerdo al último Boletín IFE publicado por ANSES, al analizar cómo se distribuyeron los beneficiarios en función del género, se observa que la mayoría son mujeres, representando el 55,7% y los hombres el 44,3%. Los principales fenómenos que explican esto son, por un lado, la desigualdad de género estructural, que se siente más en los estratos más vulnerables de la población; por otro, el programa priorizó a las mujeres en caso de haber más de un/a solicitante por hogar y, por último, alrededor del 27% de los beneficios del IFE se otorgaron a titulares de AUH donde la proporción de mujeres supera al 90%.Del total de mujeres que percibieron el IFE, más del 60% son menores de 34 años.

La relación entre los niveles de ingresos de las mujeres y de los varones es un indicador síntesis de la brecha salarial de género y expresa tanto el grado en que las mujeres accedenal mercado de trabajo como los niveles monetarios que obtienen en comparación a los varones.Los datos muestran de manera persistente que, incluso en el universo del empleo registrado, prevalecen elevadas brechas salariales de género, es decir que a igual cargo y/o trabajo, el salario percibido por las mujeres es menor al de los varones, y aún esto es más grave porque las mujeres, por lo general tienen un nivel de formación mayor al de los hombres.Durante el periodo de los gobiernos kirchneristas se registró una mejora a favor de las mujeres de 11 puntos porcentuales, la brecha salarial pasó del 33% al 22% en el periodo 2004-2015, con una contundente disminución de la brecha durante los primeros años y un relativo estancamiento en la caída de la segunda mitad. Esto significa que esta evolución favorable se explica mayormente por la mejora de los indicadores macroeconómicos y particularmente aquellos asociados al mercado de trabajo, que por políticas expresas destinadas al tema del eliminar la brecha de género.

Para el segundo trimestre de 2019, al considerar los ingresos de la ocupación principal, es decir, aquellos compuestos por la principal actividad laboral, la brecha era del 28%. Dicho de otro modo, la masa salarial de los varones en los 31 aglomerados urbanos de Argentina es 28% mayor en comparación con la masa salarial de las mujeres.

Aun cuando se consideran los ingresos personales, es decir, aquellos compuestos por la totalidad de los ingresos de una persona (ingresos laborales de la ocupación principal y secundaria e ingresos no laborales, como por ejemplo jubilaciones, pensiones, renta, cuota por alimentos, entre otros), la brecha entre varones y mujeres se ubica en el 28%. Es decir, que los varones perciben ingresos personales un 28% mayores que las mujeres.

También se redujeron fuertemente las tasas de participación de las mujeres en el mercado de trabajo formal, esto a nivel global no sólo en el país. De acuerdo a la CEPAL, la pandemia del COVID-19 generó un retroceso de más de una década en los niveles de participación laboral de las mujeres en la región, pasó de 69% en 2019 a 46% en 2020, debido fundamentalmente a la salida de mujeres de la fuerza laboralquienes, por tener que atender las demandas de cuidados en sus hogares, no retomaron la búsqueda de empleo.

A pesar de la mayor importancia que adquiere, en el marco de la pandemia, el trabajo realizado en su mayoría por mujeres, son ellas quienes asumen los mayores costos de crisis agravada por la Covid-9. No solo en Argentina sino en el mundo, son las personas más pobres quienes más sufren el impacto socioeconómico de la pandemia, y estos sectores están conformados mayoritariamente por mujeres. El informe de distribución del ingreso del INDEC correspondiente al tercer trimestre de 2020 muestra que el 10% de la población con menores ingresos del país (decil1) está integrado predominantemente por mujeres, siendo ellas 7 de cada 10 personas.  A esto se denomina feminización de la pobreza, un fenómeno estructural vinculado a la división sexual del trabajo y a la inequidad del mundo laboral.La feminización de la pobreza se explica principalmente por la pobreza del tiempo. Al dedicar el doble de tiempo a realizar el trabajo doméstico y de cuidados no pago, las mujeres disponen de menos horas para ofrecer por el trabajo productivo remunerado, lo que las lleva a obtener empleos más precarios y peor remunerados en el mercado.

El aislamiento social como medida preventiva frente al virus ocasionó que las tareas vinculadas a los cuidados se multipliquen y que ese trabajo recaiga con fuerza en las mujeres debido a la división sexual del trabajo, que históricamente les asignó a ellas el rol de la reproducción social.  Esta división es una construcción cultural, a partir de la cual se definieron las relaciones jerárquicas de poder, y por lo tanto puede ser modificada. Las tareas asignadas a las mujeres sin visibilidad ni reconocimiento social (por ejemplo, el trabajo doméstico o cuidado de les adultos mayores) hace que las mismas no sean remuneradas – aún más no se consideran “trabajo” por no tener asignado un valor de cambio-, generando un círculo vicioso de desvalorización del  trabajo femenino que se traslada a otros espacios del ámbito público, como el mercado laboral.

En Misiones, la EPH toma los datos del aglomerado Posadas, en la página de estadísticas de la provincia los últimos datos disponibles son de 2018, todos ellos indican la misma tendencia y comportamiento del país, la región y el resto del mundo. Por ejemplo, la tasa de actividad fue de 63,9% en los varones y de 45,1% en las mujeres. La tasa de subocupación fue de 11,6% en las mujeres y 6,1% en los varones. En cuanto a la distribución del ingreso, un estudio demostró que para ese año la brecha de ingresos a favor de los varones respecto de las mujeres fue del 58,3%.

En síntesis, la raíz del problema es estructural y se explica por la desigual e injusta distribución de las tareas domésticas y del cuidado comentadas antesLas mujeres destinan menos horas al trabajo  productivo remunerado porque dedican el doble de tiempo a realizar trabajo doméstico lo que la lleva a aceptar empleos más precarios en el mercado, la persistente exposición ala discriminación, la violencia física y simbólica, entre otros factores que limitan las  oportunidades de acceso al mercado laboral y al crecimiento económico.

La erradicación de la feminización de la pobreza y la construcción de la igualdad de género es un imperativo moral, político y eeconómico: requiere garantizar los derechos de las mujeres y construir las mismas oportunidades e incentivos para varones y mujeres. La autonomía femenina es asimismo fundamental para el desarrollo económico sustentable e inclusivo. Es decir, la equidad de género es deseable tanto en términos de equidad como en términos económicos. Sin equidad de género no puede haber desarrollo económico.

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