Redes sociales y derechos humanos

El escándalo desatado por Facebook, el uso de datos por parte de privados como Cambridge Analityca y la poca seguridad que ofrecen las plataformas sociales para los datos de sus usuarios abren un nuevo debate.

(RT) Más allá de la indignación que ha causado el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica, hay un debate en ciernes: ¿Son estas empresas compatibles con los derechos humanos?

Un análisis publicado en el portal The Conversation considera que el modelo de negocio de los gigantes de las redes sociales puede ser un peligro para la defensa de los derechos humanos porque, aunque estén cimentados en la «libertad de expresión», los capitales que tienen acceso a la información de los usuarios pueden utilizarla para los más opacos intereses.

Así como Facebook puede servir como un medio no convencional que le dé voz a grupos que no tienen espacio en los medios tradicionales, también es capaz de ofrecer mayor potencia a mensajes de odio o inducir a climas de opinión determinados si el emisor, público o privado, controla de qué manera llegar a ciertos usuarios.

Según ese análisis, el modelo comercial que impulsa las redes sociales es lesivo a los derechos fundamentales, porque está alimentado de los datos personales de sus usuarios. Esa información puede llegar a ser tan minuciosa y sin precedentes, que le otorga un poder inédito a grandes corporaciones sin que las personas sean conscientes de ello, un hecho considerado como incompatible con la democracia.

Ese poder también es útil para la propaganda. Debido a la cantidad de información que son capaces de recopilar, las maquinarias del Estado o los partidos pueden segmentar su mensaje de tal manera que la eficacia es mucho mayor.

«Oligarcas digitales»

El análisis indica que este panorama propicia la proliferación de las noticias falsas. Sobre este asunto, se reconoce que la censura no es la herramienta más adecuada porque implica la supresión de un discurso, es decir, la violación de un derecho humano en sí mismo; y por otro lado, se apuesta a la alfabetización de las audiencias para que sean más críticas con lo que reciben y puedan distinguir más fácilmente un bulo.

Sin embargo, hay un trampa: no siempre es posible ganarle a la noticia falsa si esta tiene su cimiento en los deseos, los prejuicios o las ideas preconcebidas del receptor. Los seres humanos, por su propio bagaje, son propensos a propagar este tipo de información si favorece sus creencias, por lo que el efecto de las mismas puede llegar «más lejos, más profundo y más ampliamente» que la verdad.

Aunque consideran que es «prematuro» definir de qué manera la «microfocalización» tiene el poder de manipular la esfera política o la «tecnología correctiva» de evitar la proliferación de las noticias falsas, los analistas sí concluyen en que el problema es que las regulaciones gubernamentales y el derecho internacional están «demasiado rezagados» con respecto a la tecnología, por lo que será difícil determinar en el corto plazo cómo volver a colocar Internet al servicio de la base de usuarios para arrebatarle el control a los «oligarcas» del negocio digital.

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