Rejas de segregación

(Carlos Resio) Las rejas, casi siempre, connotan negativamente. Dividen, encierran, separan. Hubo un tiempo de vacas gordas en que a las rejas urbanas se les agregó alguna virtud estética en el trabajo de forjado, no es este tiempo. Ahora, la gran mayoría, son solo de caño estructural, cumplen su función de separar y nada más.

Carlos Resio en La 99.3 el 21 de octubre de 2020

Es el caso de las rejas que se están instalando alrededor de los canteros y espacios terrados de la plaza 9 de julio. Escuché al funcionario responsable de obras civiles de la municipalidad de Posadas en un reportaje en Radio Libertad. El funcionario explicó que las rejas son para permitir el mantenimiento y la revalorización de los espacios verdes de la plaza y para evitar que la gente pisotee y lleve barro a veredas y piedras que tienen que limpiar. La gente.

Sospecho que fue una forma de no decir que el objetivo es no permitir que las protestas de tareferos, desalojados o comunidades mbyá se transformen en campamentos incómodos a la vista, la sensibilidad y el olfato de los transeúntes. Y de paso que no se nos hagan evidentes las condiciones de miseria en que se encuentran, que, dicho sea de paso, son mucho más ofensivas que las pisadas con barro en las piedras recién lavadas.

Las nuevas rejas de la plaza 9 de julio son solo una más de tantas intervenciones arbitrarias, inconsultas, solapadas y a espaldas de la ciudadanía llevadas a cabo por gobiernos locales. No es novedad que las grandes ciudades están bajo presión permanente de los negocios inmobiliarios y la especulación que, en la búsqueda de la ganancia económica y con la excusa de recuperar un casco urbano deteriorado, avanza sobre el espacio público, modifica las condiciones inmobiliarias y expulsan a los habitantes originales produciendo una gentrificación.

También en Posadas se produce este proceso y no parece haber una resistencia ciudadana. La mayoría de las veces, las intervenciones para la renovación, embellecimiento o reparación de espacios públicos se lleva a cabo más para atender urgencias, procesos electorales o participación de constructores amigos que necesitan de la obra pública más que para una verdadera necesidad en la planificación urbana.

¿A alguien se le ocurrió que antes que una fuente a ras del suelo, que dejó de funcionar un par de meses después de ser inaugurada, era más necesario un espacio con baños públicos? Hay cientos de ejemplos de este tipo de instalaciones en plazas céntricas de distintas ciudades del país y del mundo. O el chorro de agua al lado del monumento de Andrés Guacurarí que pocos afortunados pudieron disfrutar. ¿Sabemos cuántos cientos de miles de pesos se hundieron en el río?

En cuanto a la responsabilidad de la municipalidad en la preservación del patrimonio cultural urbano tampoco son buenas las experiencias. Son innumerables las demoliciones que por la noche se llevan edificios que se deberían preservar. Allí está como ejemplo la casa del gerente del banco Hipotecario, parte del conjunto arquitectónico del edificio del banco reemplazada en pocos días por un galpón para albergar locales comerciales para dar rendimiento al capital invertido. Y nada más. Otros edificios emblemáticos pasan a ser fachada de modernos edificios o languidecen hasta que, por razones de seguridad, deban ser demolido como es el caso del viejo y majestuoso Hotel Savoy.

Todos estos casos quedan minúsculos al lado de la tragedia urbanística pero sobre todo social que significó la construcción de la represa de Yacyretá. Desde de oficinas en Buenos Aires, se decidió sobre bienes, historias y vidas de miles de familias que fueron arrojados a kilómetros de sus hogares de toda la vida y separados de sus vecinos desgarrando el tejido de relaciones construido por generaciones.

La prepotencia del poder centraly económico pasó por encima con sus enormes camiones, excavadoras y grúas las historias de vida e ilusiones de tantos miles para satisfacer las necesidades de desarrollo de las grandes ciudades a más de mil kilómetros de aquí. Las dificultades generadas por la imprevisión, los avatares de la economía y la política nacional extendieron en el tiempo los procesos haciendo la gestión social tan compleja que agravaron los daños hasta lo indecible.

Eso sí, se ocuparon de entregar a los de siempre las jugosas obras de mitigación y disimulo mientras que el daño ambiental aún no fue realmente dimensionado. También resultaron beneficiados quienes, con información privilegiada, se hicieron de valiosos terrenos para el desarrollo inmobiliario que hoy ocupan las élites locales en lujosos barrios y torres con vista al río que ya no ven quienes nacieron en sus orillas.

La mención de algunas de las acciones que modificaron negativamente y para siempre aspectos vitales de nuestra ciudad no tendría sentido sino señalo que nada de esto hubiera sido de esta manera si la ciudadanía hubiera tenido conciencia de su responsabilidad sobre la cosa pública. Y es posible y urgente hacer algo en este sentido. Se pudo detener la demolición del tradicional Hotel de Turismo de Posadas gracias a la rápida intervención de ciudadanos decididos a defenderlo.

Estas menciones deberían servir como ejemplo para que a sociedad toda tome conciencia que su participación no solamente debe servir para elegir irreflexivamente a sus representantes cada dos años. La participación ciudadana ya debería ser considerada como una obligación marcada por el compromiso con las generaciones futuras. Venimos fallando. Estamos dejando a nuestros hijos un río enfermo, una ciudad desigual, desordenada y carente de espacios verdes. Por eso es imperante que participemos activamente en la construcción de nuestra ciudad futura. Con las rejas de la plaza 9 de julio nuevamente quedamos fuera.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

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