sábado, octubre 5, 2024
Opinión

La vida humana, centro del debate

Rubén Dri reflexiona en este artículo sobre el aborto desde un perspectiva filosófico-teológica desde la cual se diferencia el mero vivir de la vida desarrollada en plenitud, que implica la vida en sociedad que es vida política.

(Por Rubén Dri para La Tecl@ Eñe)

Nos proponemos avanzar en algunas reflexiones filosófico-teológicas, o tal vez mejor, filosófico-bíblicas sobre el espinoso tema del aborto. La mirada teológica y bíblica no busca nuevos descubrimientos fácticos, sino que realiza una exploración de sentido de hechos, de acontecimientos, que son desbrozados por las ciencias.

Estas reflexiones se centran en la figura de Jesús de Nazaret, en su proyecto liberador, presentado como la realización del “Reino de Dios” consistente en una sociedad igualitaria, antijerárquica, antimonárquica, antitributaria, solidaria, promotora y defensora de la vida.

Se trata de una visión “monista”, de la realidad, según la cual los dos  momentos de la misma que en una visión dualista se presentan como dos partes, cuerpo y alma, diferentes y en lucha permanente entre sí, conforman una totalidad. Lo que en la visión dualista se presenta como alma, adquiere aquí el significado de “sentido”.

Además de monista, la visión que subtiende nuestras reflexiones es “histórica” en el sentido de que va cambiando continuamente, en un derrotero dialéctico en el cual los sentidos de los acontecimientos nunca se pueden dogmatizar.

¿Qué significa, por ejemplo, una sociedad “igualitaria” y “solidaria”? Hay un sentido general de estos conceptos, pero ese sentido adquiere connotaciones diferentes en los diversos estadios de la historia.

La vida humana

Aristóteles en su Política establece una diferenciación entre la vida como dsoé bíos, significando la primera, el “simple hecho de vivir, común a todos los seres vivos” y el segundo, a “la forma o manera de vivir de un  individuo o un grupo” (como dice Agamben)

Dsoé zoé es el mero vivir, lo meramente biológico, como respirar, comer, beber, dormir. Desde la ameba al ser humano se extiende el espacio vital. Participan de dicha vida, tanto la ameba, el piojo, el mosquito, la cucaracha, como la gallina, el avestruz, el cuervo, como los millones de mujeres y hombres que cubren hoy el planeta tierra.

La vida de la que todos los nombrados participan no es, claro está, la vida humana, sino la “mera vida”, la pura vida, el mero vivir. Pero no se nos puede ocultar que muchos seres humanos, hombres y mujeres, sólo pueden participar del mero vivir, sin tener acceso al vivir humano, porque nunca lo lograron o porque ya lo perdieron.

Esa es la situación de los que conocemos como personas “en situación de calle” sometidas a todos los vaivenes de la naturaleza, frío, calor, humedad, lluvia, viento.

En los seres humanos la separación entre mera vida, o “nuda vida” como la llama Agamben, no es matemática. No hay un límite específico que separe netamente una vida de la otra. Se trata de espacios en los cuales siempre determinados acercamientos y alejamientos de una vida se dan con relación a la otra.

Pero en el caso de los campos de exterminio nazi o de la desaparición de personas de la dictadura cívico-militar, la reducción de la vida humana del secuestrado llega a niveles pavorosos de acercamiento a la “nuda vida” y ello es así porque esa reducción responde a un proyecto específico, la reducción del sujeto a un objeto completamente manipulable.

Bíos es otra cosa, o es lo mismo pero diferente, lo mismo pero superado, lo mismo pero con cualidades que transforman a la mera vida en una vida superior, o tal vez, mejor, en una plena vida, una vida humana. Es la que, según Aristóteles, corresponde a la vida en un grupo y especialmente, a la vida política.

La vida humana se realiza en un espacio en el cual se distingue lo justo de lo injusto, donde hay determinados derechos, donde el ser humano como sujeto puede realizarse entablando la lucha por el reconocimiento.

La vida humana requiere para su realización un espacio en el que pueda  expandirse en lo afectivo, en lo erótico, en lo intelectual, con el acceso a la universidad y, en general, a los centros culturales, a institutos de formación.

La vida humana necesita expandirse en el amplio espacio de lo estético que abarca literatura, pintura, música, la posibilidad de asistir a los eventos culturales y sobre todo, la de tener acceso a centros en los que pueda formarse como creador de obras de arte.

Pero el ámbito fundamental en el que se desarrolla la vida humana es el ámbito político, es decir, el ámbito en el que formulan y realizan los proyectos de sociedad en la que se quiere vivir. Como lo definiera Aristóteles, “animal político”.

Como animal político crea sus propias condiciones de vida. En realidad las co-crea. Las crea con los otros ciudadanos y ciudadanas que conforman el espacio político en el que está integrado.

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