«El Oso» Almagro, un ejemplar entrenado para «bailar» al compás de su amo

Por Beto Zeppa

“En cuanto a una intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción”, había dicho Luis Almagro en 2018 desde su cargo como secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), y la alianza uruguaya Frente Amplio lo expulsó de sus filas.

Había llegado a ese cargo después de cinco años al frente de las Relaciones Exteriores del Uruguay presidido por José Mujica entre 2010 y 2015, y aunque ese canciller ya había emitido algunos guiños hacia Washington “el Pepe” lo respaldó en su candidatura y Almagro logró su primer mandato en la OEA con 33 de los 34 votos apenas terminada su gestión como funcionario de su país de origen.

“El Oso”, que como “el Pepe” seguía viviendo en una chacra alejada de Montevideo y mostraba hábitos sencillos aun desde el manejo de la diplomacia internacional de su Uruguay natal, se escudaba en el pragmatismo al que tantas veces empujan los condicionamientos de la geopolítica global.  

Los primeros pasos desde el organismo panamericano ya definieron hacia dónde se orientaba su gestión, y rápidamente “el Pepe” (que había sido mentor de Almagro en toda la carrera política desde su incorporación al frenteamplista Movimiento de Participación Popular) le dijo un duro “adiós” en una carta pública en la que lamentó “el rumbo político que enfilaste”. A quien le pregunte por su ex canciller, hasta hoy Mujica contesta: “Para mí está muerto.”

Quienes intentaron adjudicarle alguna coherencia invocaron para Almagro una supuesta línea inquebrantable en resguardo de los derechos humanos, cualquiera sea el signo ideológico de quien los viole. Lo siguieron haciendo aun después de que “el  Pepe” lo excluyera de entre su gente querida, pero eso apenas podía disimular la vehemencia con que el ex canciller continuó sus ataques contra el gobierno de Caracas desde la conducción de la OEA.

La Bolivia de Evo Morales no ofreció nunca el más mínimo flanco que pusiera en duda su irrestricto respeto a los derechos humanos. Sin embargo, Almagro ya tenía al líder cocalero indígena en la mira, y bastó que la misión observadora de la OEA advirtiera sobre alguna mínima irregularidad en las elecciones de octubre de 2019 para que “el Oso” pusiera título de fraude, abriendo las puertas al golpe de Estado que pisoteó la decisión de la mayoría de los bolivianos y dio amparo legal a los asesinatos de decenas de personas que luchaban por defender la verdad. Esos derechos humanos avasallados, en este caso, podían pasar a segundo plano: “efectos colaterales” del pragmatismo.

Un año después, en unos comicios organizados por el régimen de facto que hasta último momento quiso identificar a Evo y a todo su Movimiento al Socialismo (MAS) como la mayor amenaza tiránica, una mayoría más mayoría de bolivianos tuvo la oportunidad de tomar otra vez en paz su propia decisión y volvió a poner la verdad sobre la mesa.

Almagro saludó y hasta felicitó. El representante mexicano ante la OEA que Almagro sigue dirigiendo le cuestionó su “autoridad moral” para ejercer ese cargo. Otra verdad sobre la mesa, ante la que “el Oso” pretende asumir esa condición zoológica, aunque su apodo ya sólo pueda asociarse a aquellos ejemplares de la Europa Oriental y Asia entrenados desde bebés bajo torturas indecibles para, desprovistos de dientes y garras, erguirse sobre sus patas y “bailar” al compás de la música que ejecuta su amo.

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