Un horizonte de esperanza

La decisión de Cristina de ir como vicepresidenta en la fórmula Fernández-Fernández ha generado una nueva situación política que acorrala a un gobierno que no mostraba otro argumento más que la polarización con la ex presidenta para lograr la victoria electoral.

Por Eduardo Jozami*(par a La Tecl@ Eñe)La decisión de Cristina que ha generado una nueva situación política acorrala a un gobierno que no mostraba otro argumento más que la polarización con la ex presidenta para lograr la victoria electoral. Esta estrategia que pudo dar al macrismo algún rédito, mientras no era tan evidente el creciente deterioro de las condiciones de vida de los argentinos y la cotidiana humillación ante el FMI, no resistió cuando muchos de sus votantes advirtieron que ya no quedaba una sola razón para seguir creyendo en un proyecto que aumentaba la pobreza y la dependencia y se revelaba como una mera conjunción de antiperonismo y banalidad.

Como respuesta inmediata al anunció de la nueva fórmula presidencial, el oficialismo difundió videos en los que se veía a Alberto Fernández criticando al gobierno de Cristina. No queda claro qué se pensaba lograr con esto, tal vez mostrar que los peronistas siempre pueden volver al redil, lo que está lejos de constituir un demérito. O sugerir que los peronistas siempre vuelven a pelearse, lo que haría temer la reedición de conflictos del pasado. Es curioso que esto sea señalado por el macrismo, cuyo máximo dirigente viene quedando en situación cada vez más desairada por las violentas acusaciones de Elisa Carrió que, así como hace años llamó ladrón al presidente, hoy arroja sus furias desenfrenadas contra todo aquel que pueda ser sospechado de filoperonista en sus propias filas.

Otro de los cuestionamientos que se hace al flamante candidato presidencial tiene que ver con su ubicuidad política, señalando que Alberto ha sido integrante de diversos espacios políticos desde que se alejó del gobierno de Cristina Kirchner. Es obvio que en esas circunstancias tuvo diferencias con quienes permanecimos en el kirchnerismo, pero sea cual fuere la opinión que hoy tengamos sobre esas coyunturas, es innegable que el elegido hoy por Cristina bregó siempre por  alcanzar la unidad del peronismo. Fue de los primeros en plantear que con no alcanzaba sólo con el espacio liderado por Cristina, pero también quien permanentemente señaló a los otros sectores peronistas que la pretensión de excluir a la ex presidenta hacía imposible la misma constitución del Frente.

Ese constante reclamo de amplitud y unidad ha sido reconocido por Cristina. El reciente candidato aparece como el hombre adecuado para una coyuntura en la que se requiere un amplio Frente electoral y una aún más amplia coalición de gobierno, no sólo para triunfar sino para ejercer la gestión en condiciones tan difíciles como las generadas por la política fondomonetarista  y el celo destructor del macrismo.

El paso al costado de Cristina, resignando el lugar de presidenta, es un gesto inteligente y generoso. Lo primero porque aunque la mejora constante de su posición en las encuestas hacía mirar con confianza su desempeño electoral, la feroz y permanente ofensiva del Ejecutivo y algunos jueces contra su persona- parte de la ofensiva de los Estados Unidos por recuperar su plena hegemonía sobre la región-  y la disposición  del macrismo a transitar todos los caminos para evitar un triunfo kirchnerista, hacían pensar que sería azaroso su tránsito hacia el poder. Prueba de esta disposición oficialista que no se detiene en el límite de la legalidad son tanto la aprobación de la reforma para autorizar el aporte empresario a las campañas –  ya iniciado el calendario electoral-  como las modificaciones al régimen del escrutinio que la Justicia obligó a desandar.

Las primeras reacciones en el kirchnerismo han sido de aceptación. No sólo  por la confianza en la decisión de Cristina, sino por las evidentes ventajas de la nueva jugada para  asegurar la victoria electoral y sobre todo para garantizar la posibilidad de gobernar. La evocación de Néstor Kirchner, de quien Alberto fue durante años su más estrecho colaborador, pesó en la decisión de Cristina. En las difíciles circunstancias posteriores al 2001, cuando asumió el gobierno “con más desempleados que votos”, Néstor mostró una adecuada combinación de amplitud y firmeza que el candidato Fernández también necesitará. El próximo gobierno no tendrá la posibilidad de liberarse de la deuda y sus condicionamientos pagando a los acreedores privados porque la deuda principal es con el mismo Fondo, pero deberá garantizar que la renegociación de los vencimientos no sea acompañada por las condiciones que suele imponer el organismo internacional,  las hoy aceptadas por el gobierno de Mauricio Macri.

La evocación de la figura de José Ber Gelbard que hizo Cristina en la presentación de su libro adquiere una importancia central. Aunque el contrato social ciudadano convoca a una adhesión que excede el campo de la economía, no hay dudas que el acuerdo económico social es el elemento básico. La actualización  de la figura de Gelbard no supone que las medidas a adoptar sean las mismas que sustentaron el Pacto Social de 1973: ni el país ni el mundo son los de entonces y se han producido cambios estructurales nada desdeñables tanto en relación con la concentración empresarial como en la mayor presencia de los trabajadores de la economía popular y las organizaciones que los nuclean. Pero más allá de esas y otras diferencias, la referencia a Gelbard tiene un doble significado. Si Perón creyó necesario el más amplio consenso de la sociedad para enfrentar enemigos tan poderosos,  la Argentina actual no requiere menos de ese extendido acuerdo de voluntades.  Por otra parte, aunque nuestra inserción en el mundo plantea hoy otros desafíos y los gobiernos kirchneristas lograron notables avances en materia de expansión de derechos, aquellos objetivos siguen siendo actuales: reactivación del mercado interno, mejora en los ingresos populares, industrialización del país, afirmación del rol regulador del Estado.

La decisión de Cristina renunciando a un cargo presidencial que millones de argentinxs le ofrecían recuerda necesariamente el renunciamiento de otra mujer peronista. Casi 70 años atrás, la fuerza de lxs trabajadorxs sindicalizadxs y el anhelo de lxs más pobres no alcanzaron para que Evita fuera candidata a vicepresidenta, hoy Cristina elige ser vice pudiendo ser presidenta porque desde su liderazgo comprende que ésa es para todos la mejor opción. Aquella frustración de 1952 nos recuerda la postergación de la mujer contra la que luchó Eva Perón y también los límites que encontraba la demanda de los sectores populares, a pesar del importante avance de la primera presidencia de Perón. Por eso nuestra evocación de ese episodio es necesariamente triste y no nos cuesta imaginar la frustración que sintió entonces la mayoría de los argentinxs.

Este gesto de hoy también nace, como aquél, de las limitaciones que la situación nos impone, pero es un paso lúcido para seguir avanzando. Por eso aunque hubiéramos querido a Cristina presidenta, en las calles hay alegría y, pese a que hemos aprendido a no vender la piel del oso antes de cazarlo, ya se avizora un horizonte de victoria.

Buenos Aires, 19 de mayo de 2019

*Abogado, profesor universitario, periodista y escritor. Ex director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

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