Me duele si me quedo, me muero si me voy

(Por Carlos Resio) Serenata para la tierra de uno es una canción escrita por la inolvidable y siempre necesaria María Elena Walsh a fines de la de la década del 60 del siglo pasado en ocasión de una gira artística por Francia junto a su compañera Leda Valladares. En esa canción, María Elena expresa, sobre todo, un amor profundo por su tierra. Un amor visceral pero construido por el conocimiento de la gente que la habitaba. Sus viajes por la profundidad de la Argentina, el estudio de tradiciones y costumbres junto a Leda Valladares y la especial atención a sus niños y niñas a quienes escribió innumerable poemas reforzaron este sentimiento. El contexto enrarecido del posperonismo creaba un escenario para su creación. Cuando en su Serenata dice “por su decencia de vidala”, imagino que estaba viendo algo que se estaba perdiendo en la sociedad de su época. Es un sentimiento que comparto con ella y, en parte, se lo debo. Le debo mucho a María Elena.

Carlos Resio en La 99.3 el 3 de marzo de 2021

La generación del 80 del siglo XIX representada por Avellaneda, Roca y Mitre consolidaron un modelo oligárquico de privilegios concentrados con una mirada europeizante en el cual no había lugar para el amor a la tierra como significante sino, solamente, como un vehículo de riqueza. La decencia de vidala era escondida y despreciada y la riqueza dilapidada en Paris por los niños bien que tiraban manteca al techo y las niñas de las tres A (Anchorena, Alvear y Álzaga) cubiertas de visón y joyas buscando en París las libertades que en la conservadora Buenos Aires no conseguían y descritas por Rubén Darío como personajes de “prodigalidad y lujo chillón”, seguramente sobreactuando para compensar su complejo de origen.

En esa época el concepto de “mi oficina es Buenos Aires pero mi casa está en París” era común en estos círculos mientras las masas de inmigrantes, que en su mayoría no eran ni ingleses ni franceses como hubieran querido quienes propiciaron la inmigración, se amontonaban en conventillos insalubres, eran apaleados por la policía o explotados por los arrendadores de tierras de la pampa húmeda. Las poblaciones originarias que quedaban después de la matanza y los criollos del país profundo se enviaban a minas, obrajes o la leva militar. Todo esto para alimentar una clase ociosa que, para usar una idea del inefable Diego Capusotto, se consideraban dueños de un país que detestaban.

Muchas de estas imágenes crearon un sentido aspiracional descripto por Arturo Jauretche en su libro El medio pelo en la sociedad argentina y acuñando el término tilingo para quienes, por tratar de pertenecer a la clase a la que aspiran, se dan aires de distinguidos mientras muestran su ignorancia y egoísmo individualista eimpostan su separación de aquellos a quienes odian parecerse, su vecinos.

Gracias a que también hubo, y hay, quienes como María Elena Walsh supieron transmitir la idea de un país para amar, se fue generando una idea de proyecto colectivo para la recuperación del sueño de la Patria Grande recuperando las corrientes de pensamiento de Simón Bolívar, José de San Martín y Manuel Belgrano, Juana Gorriti, Manuel Ugarte, Juan Perón, Eva Duarte y tantas mujeres y hombres que imaginaron un destino común, distinto al de los privilegios de poco y miserias de muchos, hasta llegar a la, para mí, genial y definitiva frase “la patria es el otro” con la que Cristina Fernández sintetizó la razón de ser de la democracia que valoramos.

Toda esta descripción viene a cuento por el esfuerzo de los medios canallas de mostrar, e incentivar, a jóvenes de clase media que se van del país a buscar “un destino mejor” en países desarrollados y “ordenados y serios”. No quiero hacer un análisis de un proceso migratorio. Estos medios no le hablan a aquellos que desde posiciones de extrema necesidad buscan un destino que los saque de la miseria. Tampoco a la migración entre países vecinos en que los migrantes nunca cortan lazos culturales y familiares, ni la de aquellos que solo salen a recorrer el mundo.

Ni aún a nuestros coprovincianos, que por ser Misiones una de las 5 provincias mas pobres, van a probar suerte a Buenos Aires. Los lenguaraces se están dirigiendo a quienes aspiran a una vida de “primer mundo” porque consideran que “se la merecen y este país no se las da” y por distintos motivos no pueden dejar el país para ir a vivir las “vidas de felicidad” que muestran tantos testimonios publicados en estos medios y realimentan su frustración y resentimiento. Ofrecen testimonios de casos puntuales, con un recorte de la realidad que obnubila a quienes han perdido la capacidad de análisis, son presentados como panaceas.

Todos los casos mostrados son de éxito aunque se trate de un ingeniero que puso un exitoso puesto de churros en Miami o un abogado que se dedica a cuidar mascotas en Barcelona y ya está rechazando clientes por lo bien que le va. No tienen en mente que su posición de mediano bienestar en Argentina es gracias al aporte de millones de compatriotas que con sus impuestos le han dado educación y salud. Tampoco se hace mención a los miles de fracasos en experiencias en otras tierras o los tantos problemas que también existen en países del primer mundo, escondidos para quienes no quieren indagar.

Una publicación en uno de los medios opositores al Frente de Todos afirma que 8 de cada 10 argentinos está  dispuesto a irse del país si pudiera. Basa su artículo en una encuesta de la consultora TaquionReserchStrategy de Sergio Doval, personaje habitué de programas periodísticos de A24 y que tiene frases como “el peor enemigo del peronismo es el peronismo en sí mismo”, Absurdo, pero, como tantas otras definiciones del desánimo, prenden en algunos sectores de nuestra sociedad.

Aunque la elección del lugar donde vivir es muy personal y no soy quien para juzgar a quienes deciden irse, está claro se ha ido perdiendo la voluntad de participar en la construcción de un país propio en ciertos sectores sociales sobre todo por efecto de la década neoliberal menemista que entronizó al individualismo e intentó desprestigiar la construcción colectiva con el reconocimiento de sus compatriotas en oposición a insertarse en proyectos terminados en otros países en los que siempre serán recién llegados y con los que quizá nunca se identifiquen plenamente.

La destrucción del amor propio ha sido una labor de sucesivos gobiernos democráticos y militares que fueron funcionales a intereses de las minorías del poder económico y sobre todo de potencias extranjeras primero y luego del capital financiero internacional. Como capas sedimentarias, nuestros propios fracasos políticos, los golpes militares, las traiciones internas y, muchas veces, acciones de largo plazo de las potencias dominantes aplicadas por sus cipayos, han tapado nuestra voluntad como nación bajo un grueso manto de colonización y sometimiento. Esto propicia a que profesionales formados con fondos públicos o simplemente jóvenes con la capacidad de pagarse un pasaje aéreo y si demasiados compromisos filiales decidan claudicar en el intento de sumar al esfuerzo colectivo en su país sumado esto a expresarse luego con desprecio para lo que hasta hace poco era su patria.

No son muchos los que realmente se van. Pero amplificado hasta el cansancio por medios canallas y encuestas mentirosas propagan el desánimo entre quienes dudan, están pasando quizá un mal momento o simplemente, y sin mayor análisis, son presa de la viperina lengua de comunicadores odiadores, cuando no, comprados para tal fin. Para ilustrar esto último, solo basta decir que Uruguay, país referido por la prensa mentirosa como un modelo a seguir, tiene el 20% de sus nativos en el extranjero mientras que los argentinos no superan el 3%.

Aquí hay una tarea enorme para nuestro proyecto nacional y popular. Es una tarea que viene siendo reclamada desde que Arturo Jauretche denunciaba la colonización cultural de nuestras sociedades, sino desde antes. Son los mecanismos denunciados los que nos llevan a pensar que no somos capaces y que lo mejor pasa afuera. Es lo que nos lleva al desánimo y a la inacción. Por eso creo que es necesaria una política específica y llevada a la discusión pública para que desde la primera infancia se construya el amor por lo nuestro pero no con un sentido chauvinista o ramplón de la cultura gauchesca o provinciana que nos aísla y nos empobrece sino con el sentido del conocimiento crítico de nuestra historia, la valoración del legado de los que se sacrificaron antes que nosotros y entender que lo que somos, además de nuestro aporte personal, es el resultado de lo hecho por otros y otras antes que nosotros.

No es poco lo que logramos hasta aquí, hay mucho capital simbólico para recuperar. Capital que seguramente puede ser compartido aún por aquellos que hoy no encuentran la razón para quedarse. Pero además de la construcción de esta nueva conciencia nacional y popular está la necesidad de darnos las herramientas que neutralicen, democrática y pacíficamente pero con la firmeza de la convicción, el veneno de los agoreros de la noticia falsa. La concentración y el poder de los medios de comunicación, no hablo solamente de medios periodísticos, son un palo en la rueda del desarrollo democrático y debe ser urgentemente resuelto.

Con un nuevo paradigma educativo, un sistema de comunicación plural y democrático y la convicción de que nuestro país merece un destino propio y luminosos habremos despejado parte del camino para que la canción de María Elena Walsh nos vuelva a estremecer y veamos en el otro a nuestra patria. Que será libre, justa y soberana.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

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