El sistema judicial argentino, laberinto opaco y paradoja

Carlos Resio.

La novela de Umberto Eco, En el nombre de la rosa, se ambienta en una abadía cisterciencie enclavada en algún lugar de los Alpes italianos en el siglo XIV donde existe una gran biblioteca clásica que ocupa el edificio más grande e importante del lugar la cual es fuente de los monjes copistas pero también es obsesión del bibliotecario, quien determina qué conocimientos deben salir a la luz y cuáles no. Este tétrico personaje, además de ser el único que conoce los rincones de la laberíntica disposición de los espacios y la ubicación de los libros, utiliza dispositivos mortales para proteger sus secretos y administrar las dosis y los momentos para develar los contenidos. Sobre todo los que contiene el tomo en que Aristóteles, enemigo del dogma eclesiástico de la época, defiende el rol de las artes, en especial el de la comedia y la risa como forma popular para describir la realidad y el mundo. En la concepción del bibliotecario ciego, Jorge de Burgos, mal puede defenderse el libro cuando a través de ello el vulgo es capaz de poner en contradicción la seriedad de la vida de Cristo y las estructuras que lo explican.

La forma en que Eco muestra los mecanismos y los propósitos de Jorge de Burgos, su biblioteca y sus monjes, tiene similitud, según creo ver, con nuestro sistema judicial. Un corpus de normas, una estructura burocrática y una maraña de procedimientos y disposiciones crípticas que, alejadas del vulgo, que castiga a quienes intentan desentrañarlo e impiden interpretaciones creativas y desprejuiciadas que develen su espurio objetivo cual es evitar que la democracia brinde sus beneficios a las mayorías populares y, en la actualidad, permite de esta forma que Argentina sea un territorio de otros donde vivimos los argentinos.

Nuestro sistema judicial, inspirado en el contramayoritario sistema norteamericano del siglo XVIII, se perfeccionó como un espacio en cuyos interiores lucen maderas finas, mármoles, señorías con privilegios y salas aisladas donde se tejen acuerdos y se enrevesan dictámenes, leyes y doctrinas. Es en esta maraña de fina nobleza donde los justiciables ingresan a una especie de experimento de la física cuántica, y desaparecen de la vista como sujetos hasta el momento del fallo en que el juez determina,más allá de la estricta justicia, una sentencia que responde a ingobernables circunstancias y no es posible imaginar el resultado hasta que su señoría muestra su decisión. No hay más cínica aceptación de lo dicho que la popular sentencia que utilizan los letrados al decir que existe la mitad de la biblioteca en un sentido y la otra mitad en el otro. Entonces de esta forma somos juzgados por un “ni si, ni no, sino todo lo contrario”.

Es así que a este sistema judicial se le ha perdonado haber convalidado seis golpes militares, innumerables fallos  en contra de las mayorías y en favor del poder económico además de lavar en su interior opaco las manos de sus señorías en casos de escandalosa connivencia con el poder e implementar un obsceno y evidente sistema de “lawfare” que ha hecho y hace tanto daño a la democracia. De esta forma hoy ostenta el peor desprestigio de que se tenga memoria y la distancia con el pueblo a quien debe servir se ha convertido en insalvable salvo las honrosa excepción de jueces y funcionarios que por alzar su voz se ven estigmatizados y perseguidos no solo por el propio poder judicial sino también por el hegemónico sistema de medios que hoy reina en nuestro país.Este sistema judicial, no solo dispensa condenas y absoluciones según las condiciones que presenten el contexto político de turno, sino que también determina la validez de actos de gobierno y de la tarea legislativa sin que el sistema democrático pueda hacer nada para evitar estos actos que los jueces tienen vedados constitucionalmente y son los mismos magistrados quienes los convalidan ya que tienen la potestad de interpretar la carta magna. Un sinsentido que enloquece.

Los correlatos provinciales no van en saga. Nuestra provincia posee una estructura judicial venal, de marcado nepotismo, patriarcal y misógina y con vergonzosos casos de pobreza intelectual y formativa de sus funcionarios siempre atentos a las instrucciones de la conducción política que ha impuesto una cultura de débil ejercicio democrático al estilo misionerista.

Ante este estado de cosas y a esta altura de la historia política de nuestro país, la cual está jalonada por luchas populares y martirios ejemplares para sostener una democracia en permanente construcción: ¿cuál es el argumento lógico que nos lleva a aceptar un poder de gobierno que actúa en contra de los intereses populares?, ¿cuáles son las razones que impiden que cada uno de los ciudadanos, sin importar su formación, pueda opinar y decidir sobre los asuntos del poder judicial?, ¿cuál es la razón que justifica los vitalicios títulos señoriales, los grandes crucifijos y la opacidad de los tribunales? Creo que la respuesta a estas y otras preguntas desembocan en que el poder judicial está destinado menos a resolver conflictos y dar a cada uno lo suyo que a sostener un poder minoritario y contener la intensidad de la democracia que pondría en evidencia un sistema de privilegios que beneficia a las minorías, excluye a las mayorías populares de sus ventajas y las hace víctimas de los despojos. Hemos podido ver en innumerables acciones por fuera de las buenas prácticas democráticas las intenciones por mantener y aún profundizar este sistema injusto.

Baste prestar atención en los numerosos escándalos alrededor del Consejo de la Magistratura desde su creación y la actual composición de la Suprema corte de Justicia, que con cuatro miembros masculinos tiene dos que aceptaron ingresar al cuerpo ilegalmente,  los otros dos sospechados de casos de corrupción y todos en promiscua connivencia con el poder económico.

El camino para resolver este verdadero obstáculo a la democracia es radicalizando la democracia y que sea la participación popular consciente y directa la que determine y construya un nuevo sistema judicial, de origen y control popular, que cumpla con los objetivos deseados por el pueblo. Las próximas marchas de protesta convocadas para este mes, aunque sin lograr una imprescindible unidad, son según creo, una nueva señal del crecimiento de la intención de cambiar las cosas y de poner estos cambios en manos del pueblo a pesar de la inacción del gobierno. Los factores en pugna son formidables, la derecha no va aflojar su mandíbula fácilmente y nuestro sistema político muestra fisuras y debilidades. Pero no por esto debe abandonarse la lucha por darnos una mejor democracia y volver a revisar los preceptos que nos rigen como pueblo para imaginar una nueva constitución nacional y sacudirnos la rémora decimonónica de una élite privilegiada que medra con el esfuerzo del pueblo y es obstáculo para un futuro latinoamericanista, nacional y popular.

Carlos Resio

Para analizar, reflexionar y debatir el ideario del Manifiesto Argentino, Carlos Resio, integrante de la Mesa Ejecutiva de la organización que conduce Mempo Giardinelli, comparte propuestas de la agenda pública en su columna semanal de cada miércoles, a las 7,30 en el programa Contala como quieras, en La 99.3

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: